Cultura

Con tener talento no te alcanza: Pasando revista

Pukkas comparte con su maestro el inicio de su relato. Además, el Tío Marce repasa los temas que ha ido compartiendo en sus más de treinta columnas devenidas capítulos.

Por Marcelo di Marco

Capítulo 34

Ni idea tenía de la hora cuando salí del dormitorio a la penumbra del living de la cabaña, de cara al mar. Más allá del deck y de las dunas, la lejana claridad de la espuma de las olas se distinguía mejor que anoche. Faltaba poco para el amanecer, y yo caminaba prácticamente dormido en medio de las sombras, y me di cuenta de que las crestas de las olas no formaban parte de la pesadilla: recordé que era la última noche de nuestra escapada a la costa, y acababa de despertarme. Y acababa de despertarme no por culpa de la pesadilla en sí misma, sino por las ganas incontenibles de ir al baño.

El mar estaba irremediablemente ahí, bullendo más allá del deck de la cabaña en lo alto de la duna y mirando mi desnudez desde su inmensidad de millones de ojos y a través de las ramas de los pinos.

—Bien por vos, Francisco Javier Pukkas —dijo Tío Marce, señalando la pantalla—. Arranca muy bien el relato, con todo el misterio. Intuyo que esos millones de ojos que te ven desde el mar le pertenecen a la feroz “legión de tritones” que mencionaste en aquella primera columna, escrita hace ya más de un año.

—Efectivamente —dijo Pukkas—. Por ahora es solo el comienzo de vaya a saber qué. ¿Camina?

—Camina, Pukkitas, camina.

—¡Gracias, máster! No sé si estamos ante un cuento o una novela, pero con este inicio ando bien manija todo el tiempo. Después se verá lo que irá sucediendo a medida que invente la trama, pero por ahora planeo ir rodeando a mis personajes de una atmósfera de pesadilla.

—Y lo estás logrando. Con esos dos párrafos iniciales lo instalás de prepo al lector en un ambiente bastante enrarecido, bien nocturno. Bien marítimo. Te está saliendo muy bien ese tono oscuro que buscás.

Y no es para menos, pensó el maestro, con todas las infernales ensoñaciones que le hice sufrir al pobre antes de volverlo un muchacho.

Sí, Pukkas había devenido en un muchacho de carne y hueso, y con novia y todo. Leah, se llamaba la chica. Anna Leah Paint. Poeta publicada, y con una novela inédita. Qué bueno que Pukkas había encontrado a una mujer así, que podría perfectamente colaborar en su formación.

De todo lo vivido en la primera parte de esta historia, se dijo Tío Marce, más precisamente desde el “renacimiento” de Pukkas, ya pasaron dos meses. Y su alumno, no bien cruzó del mundo de las ideas al mundo de la vida real, por decirlo de algún modo, había considerado que lo mejor sería tomarse esos dos meses como unas merecidas vacaciones: según le explicó, debía reacomodar su cabeza y sus cosas, adecuarse a la vida nueva que se había ganado después de su… ¿iniciación? Sí, aquello había sido una iniciación en toda la regla.

En cuanto a él, le vino bien ese ínterin para hacer un repaso de los temas que habían ido compartiendo con el chico a lo largo de más de treinta columnas devenidas capítulos. En síntesis, en lo que iba de “Con tener talento no te alcanza”, Francisco Javier Pukkas y Tío Marce habían trabajado juntos sobre cinco puntos esenciales:

1. El análisis de la definición dinámica de la literatura propuesta por Tío Marce, una enunciación abarcadora de todo el espectro de la creación literaria, basada en la teoría-para-la-práctica, sistema aplicado cotidianamente desde 1979 en el Taller de Corte y Corrección.

2. La lectura asimilativa, concebida como una gozosa práctica que en sus dos etapas –virginal y analítica– suscita en el escritor en formación la creatividad y la originalidad, con miras a propiciar y fortalecer la creación de textos propios.

3. La descripción fenomenológica de la ética del creador, cosmovisión enraizada en el concepto de trascendencia, necesariamente enfrentado al inmanentismo de quienes no son artistas por mucho que finjan serlo.

4. La necesidad de conocer el lenguaje poético y escribir a partir de él, considerando como punto de partida las diferencias entre la auténtica poesía y la mera información, y entre las alturas de la metáfora y el símbolo y las llanezas del lenguaje funcional y literal.

5. La precisión estilística, cuyo ejercicio fue visto en su faz doble: a) como un modo de producir una reacción estética en el lector, y b) como un ejercicio de sanidad intelectual que agudiza el pensamiento del escritor para que discurra con su cerebro propio y no como se lo dicta la ‘forma mentis’ de la masa.

Sí, aquel era un buen resumen de lo aprehendido en esa primera parte. Incluso habían compartido nociones de descripción: todo el trabajo con los sistemas sensoriales tenía que ver no sólo con eso, sino también con el lenguaje poético en sí.

Además, de un modo muy natural, se habían ido desplegando en las más recientes entregas nociones de argumento narrativo, de metaficción y puesta en abismo. Para decirlo con toda propiedad, la forma novela se fue proponiendo sola, página tras página y casi sin que el lector se diera cuenta. Y no era nada raro que eso terminara por suceder, si se considera la concepción original, pactada con los editores de esta sección, según ya se ha dicho: en bien de la amenidad, las nuevas enseñanzas sobre creación literaria de Marcelo di Marco –obviamente, Tío Marce en la ficción– les llegarían a los lectores de estas columnas a través de un diálogo contextuado por la dinámica maestro-discípulo. De ahí a la novela, apenas había un paso. Porque, bien pensado y por poner sólo un ejemplo, el esquema narrativo del alumno que se acerca a la casa del maestro con una consulta equis, ¿no es algo que ya se ha visto hace casi setecientos años en aquella maravillosa colección de cuentos, el “Libro de los enxiemplos del Conde Lucanor et de Patronio”, del Infante Don Juan Manuel? Todos los relatos de ese libro, que incluso hoy pueden disfrutarse, empiezan con un marco idéntico: el conde Lucanor le plantea un problema de estado a su consejero Patronio, y le pide su opinión, y entonces Patronio da su consejo apoyándose en determinada historia, que implica una moraleja lógicamente pertinente.

Y, considerando todo esto, Tío Marce recordó ese formidable libro de cuentos de Ray Bradbury que él siempre aconseja leer a quienes le preguntan cuál sería el pimer libro de cuentos que puede interesarle a un adolescente –a un adolescente con ganas de interesarse en algo, aclaremos–: “El hombre ilustrado”. Mediando los más de seis siglos de distancia que separan al norteamericano del español, el parecido entre Don Juan Manuel y el joven Ray era notable: todos los cuentos de ese libro parten de un tronco común, pues son nada menos que los tatuajes del cuerpo de un linyera, que van cobrando vida.

Y también se le vino a la mente la imagen de un rosario: la conversación entre el conde Lucanor y su consejero vendría a ser el hilo –el ‘hilo’ narrativo–, y los cuentos serían… bueno, las cuentas. Y esa estrategia narrativa es lo que se conoce como “cuento enmarcado”, inspirada a su vez en obras tan remotas como “Las mil y una noches”; germen, junto con colecciones de estructura similar, de lo que siglos después se conocería como “novela”: los cuentos ya no son independientes porque los personajes que los protagonizan se entrecruzan, y así los relatos van teniendo que ver unos con otros, y devienen capítulos de una obra total.

Sí, no resultaba para nada extraño que “Con tener talento no te alcanza”, a caballo entre el ensayo y la narrativa, sufriera una mutación así.

Todo sea para mantener en alto la atención del lector y ayudarlo con su literatura, pensó Tío Marce, bastante satisfecho con lo logrado hasta ahora: comentarios tan favorables y entusiastas como los vertidos en privado por un Rafael Felipe Oteriño, por mencionar sólo a un autor superconsagrado –¡gracias, Rafael!–, le confirmaban que iba por la buena senda.

Aunque había algo que, desde un poco antes de que empezaran los dos meses de “vacaciones”, andaba escarabajeándole el alma: ¿qué era esa sombra misteriosa que asolaba a Pukkas en sus pesadillas de la biblioteca infinita? Él mismo se había asombrado al leer eso en su momento, porque… ¡simplemente no recordaba haberlo inventado, y mucho menos haberlo escrito!

Pero bueno: sea como fuese, había llegado el momento de mostrarles a Francisco Javier y a los lectores, en una segunda parte, el más nutrido arsenal de recursos estructurales y de estilo, herramientas destinadas a lograr la mejor literatura posible. Porque Pukkas había vuelto al taller de La Anita, después de sus sesenta días de necesaria adaptación al nuevo estado, y le había traído su texto más reciente, y ya estaba bajándolo a tierra con la siguiente pregunta:

¿Está mal empezar a escribir un cuento sin tener idea de a dónde se va, máster, o es preferible tener el argumento bien claro antes de que uno se siente a escribirlo?


Los capítulos anteriores pueden leerse siguiendo este enlace:

https://www.lacapitalmdp.com/temas/la-columna-de-marcelo-di-marco/

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